Querida Ansiedad,

Hoy te escribo a ti porque tengo unas cuantas cosas que decirte. Te escribo, no para que me dejes en paz, como otras veces, sino para contarte como me siento contigo desde que me conozco más y para poder mirarte de frente, ya que tengo la intuición de que solo así, podremos empezar a comprendernos la una a la otra.

Al principio de mi vida no sabía que existías, te sentía a veces pero no sabía tu nombre. Aparecías cuando perdía de vista a mamá, cuando apagaban la luz por las noches y no sabía qué iba a pasar o cuando me llevaban al médico y ponían esa cara de… ¿miedo?

Ahora que hablamos del miedo, ¿qué relación tienes tú con él? Parece bastante estrecha.

Pues lo dicho, que te he odiado con todas mis ganas. En los primeros exámenes y pruebas de la vida te he notado como una bomba de relojería en mi pecho. Luego en diferentes ocasiones, he luchado muy duro para que no salieras a luz, para que los demás no te notaran. Parecía que a veces todo te sabía poco, cada vez estabas más presente. Y es que de verdad, me hacías sentir tan mal… pensaba que esa bomba en cualquier momento explotaría.

Así es como un día decidí que quería echarte de mi vida. Sin embargo, no hubo forma. No había nada que mágicamente, te hiciera desaparecer. Seguías siendo como el aire seco del desierto que seca la boca y con el que se hace tan difícil respirar.

Luego crecí, y aunque seguía luchando contra ti, me acostumbré a tenerte. Hasta que un día me di cuenta de que sí quería Crecer de Verdad, con letras mayúsculas, tendría que aprender a convivir contigo, a hacerte hueco. Necesitaba una solución a esto. Te hacías grande como yo, y yo contigo muy muy chiquitita. A veces eras tan pesada como una losa.

Y entonces, empecé a mirarte a los ojos, a intentar comprenderte un poco, a hablar de mí, e irremediablemente de ti. De como nos habíamos conocido. Yo que tantas veces había querido esconderte… Pude ponerte nombre en todas las ocasiones que recordaba, en las que habías estado presente, y también en algunas nuevas.

Y de pronto, mi querida Ansiedad, empecé a entenderte un poquito mejor. Estabas ahí porque necesito sentir miedo (¡ahora veo la relación!), para protegerme, para no cruzar en rojo en los semáforos, para saber qué es bueno para mí y qué no. Me ayudaste a encontrar el camino de las cosas importantes para mí y me enseñaste (y me enseñas cada día) qué quiero para mí y de qué me debo alejar.

Ahora que te miro de cerca ya no me pareces tan peligrosa.

También ayudaste a otros antes que a mí a sobrevivir. Si lo pienso bien, los humanos somos un animal muy poco fiero, con unas garras nada demoledoras y unos sentidos no demasiado agudos. Así que para eso llegaste tú ¿verdad? Para que los humanos pudiésemos vivir en un mundo tan poco adaptado a nosotros y nos permitieras luchar o huir. Así pudimos transformar las cosas, gracias a la tensión y la activación que nos das.

Y ahora en mi día a día, te llevo aquí dentro. He aprendido a reconocerte en todas tus formas. Ya no me atenazas tan a menudo, desde que te miro de frente. Desde que sé que tú apareces cuanto más fiera me pongo contigo. Si llegas para quedarte, algo bueno me ronda, significa que tengo algo nuevo que aprender.

Ya no te odio, mi Querida Ansiedad, ahora que lleno mi pecho de aire y dejo que mis pensamientos negativos simplemente pasen, ahora que ya no lucho contra ti. Ahora que sé que te necesito para estar viva, para ver mi miedo y aprender. Solo te haces grande si te niego.

Así que ahora puedo decirte que juntas, caminaremos este sendero, yo te dejo el espacio justo para que me muestres cuál es el camino, para no perderme yéndome de aquellos sitios en los que tú antes te hacías enorme, cuando aún te negaba. Para darme la oportunidad de crecer y seguir viendo qué es lo importante de verdad.

Y me despido de ti, mi Querida Ansiedad, pero no es un adiós, es un hasta luego. Ya no te veo enorme, sino mucho más pequeña y manejable. Ya no hay por qué tenerte miedo.

Montse Beteta

Photo by Green Chameleon on Unsplash